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lunes, 5 de diciembre de 2011

EDAD MEDIA


La Edad Media es el periodo de la historia europea que transcurrió desde la desintegración del Imperio romano de Occidente, en el siglo V, hasta el siglo XV.


Su comienzo se sitúa tradicionalmente en el año 476 con la caída del Imperio Romano de Occidente y su fin en 1492 con el descubrimiento de América, o en 1453 con la caída del Imperio Bizantino, fecha que coincide con la invención de la imprenta (Biblia de Gutenberg) y con el fin de la Guerra de los Cien Años.


No obstante, las fechas anteriores no han de ser tomadas como referencias fijas ya que nunca hubo reptura brusca en el desarrollo cultural de Europa.


Parece que el término lo empleó por vez primera el historiador Flavio Biondo de Forli, en su obra “Historiarum ab inclinatione romanorun imperii decades” (“Décadas de historia desde la decadencia del Imperio romano”), publicada en 1438 aunque fue escrita treinta años antes.


El término implicó en su origen una parálisis del progreso, considerando que la edad media fue un periodo de estancamiento cultural, ubicado cronológicamente entre la gloria de la antigüedad clásica y el renacimiento. La investigación actual tiende, no obstante, a reconocer este periodo como uno más de los que constituyen la evolución histórica europea, con sus propios procesos críticos y de desarrollo. Se divide generalmente la edad media en tres épocas.


Inicios de la edad media


Ningún evento concreto determina el fin de la antigüedad y el inicio de la edad media: ni los ya mencionados como referencia aproximada ni el saqueo de Roma por los godos dirigidos por Alarico I en el 410, ni el derrocamiento de Rómulo Augústulo (último emperador romano de Occidente) fueron sucesos que sus contemporáneos consideraran iniciadores de una nueva época.


La culminación a finales del siglo V de una serie de procesos de larga duración, entre ellos la grave dislocación económica y las invasiones y asentamiento de los pueblos germanos en el Imperio romano, hizo cambiar la faz de Europa. Durante los siguientes trescientos años Europa occidental mantuvo una cultura primitiva aunque instalada sobre la compleja y elaborada cultura del Imperio romano, que nunca llegó a perderse u olvidarse por completo.


LA CREACIÓN DE UN NUEVO ORDEN

Carlomagno

Desintegración del poder central y vasallaje

El imperio de Carlomagno (742-814) constituyó el primer intento de crear un nuevo orden después de los graves trastornos que se habían producido a raíz de las invasiones de los pueblos germánicos y la decadencia y caída final del imperio romano.

A la muerte de Carlomagno (814) siguieron nuevas conmociones producidas en gran parte por nuevas migraciones e invasiones: los germanos del norte o normandos, provenientes de Escandinavia, se dirigieron a Rusia, Inglaterra, el norte de Francia y el Mediterráneo.

Los pueblos eslavos se extendieron por la Europa centro-oriental. Los húngaros o magiares, jinetes nómades provenientes del centro de Asia, recorrieron la cuenca del Danubio. En el curso del siglo X estos pueblos se hicieron sedentarios y se convirtieron al cristianismo. Empezaron a formarse los pueblos que en definitiva determinarían la fisonomía de Europa.

Todos estos cambios se produjeron en medio de una transformación general de las formas económicas, sociales y políticas. Decayeron las ciudades, disminuyó y casi desapareció el comercio internacional, se redujo el uso de la moneda y la tierra quedó como la principal riqueza. Los poderes centrales perdieron toda autoridad y desapareció la organización administrativa burocrática.

Lentamente se formó un nuevo orden que ha recibido el nombre de feudalismo.

En medio de las interminables guerras los hombres anhelaron por encima de todo poder disfrutar de protección y seguridad. Como los poderes centrales perdieron toda autoridad se tuvo que recurrir a los poderes locales. Se generalizó la costumbre de que los vecinos de un lugar se sometieron a quien los podía defender mejor: a veces un conde, pero muchas veces también algún particular que no poseía ningún título o cargo oficial, pero que se imponía a los demás por su valentía y su sentido de la autoridad. A estos hombres se les empezó a llamar señores, mientras que las personas que se encomendaban a su protección recibieron el nombre de vasallos.

Entre señor y vasallo se estableció una especie de contrato: el señor prometía protección a su vasallo; éste se comprometía, mediante un juramento de fidelidad, a ciertos servicios. El régimen vasálico se generalizó a través de toda la sociedad: el rey encabezaba la pirámide: sus vasallos eran los duques, condes y otros señores poderosos. Éstos, por su parte, recibían la "fidelidad" de las personas más ricas e influyentes de su región las cuales, a su vez, recibían los servicios de vasallos más modestos. De esta manera, desde la cima hasta la base de la sociedad, toda persona estaba vinculada a otra.

El feudo

El régimen vasálico constituyó una determinada forma de organización del poder cuyo desarrollo se vio favorecido por las condiciones económicas imperantes en la época. En aquellos tiempos la tierra era la única riqueza. Muchas veces los propietarios, al encomendarse a una persona más poderosa, solicitaron protección no sólo para ellos mismos, sino también para sus tierras. A menudo donaban sus tierras a su protector, pero conservaban su usufructo. Por otra parte, los señores poderosos, dueños de grandes propiedades, para recompensar a sus servidores, les daban uno de sus propios dominios y les permitieron recibir sus productos. El dueño daba su tierra en beneficio o, como se diría luego, en feudo.

En un comienzo se concedieron los feudos ante todo como compensación económica por los servicios prestados. Más, con el tiempo se generalizó la costumbre de que los señores diesen los feudos a aquellos que se encomendaban a ellos como vasallos.

El régimen feudal nació de la combinación de vasallaje y feudo.

Régimen feudal

Este sistema de tenencia de la tierra y servicio personal se generalizó en la mayor parte de Europa, si bien sus formas específicas variaron mucho de un país a otro y, de un siglo a otro.

El acto mediante el cual una persona se convertía en vasallo y recibía un feudo era solemne, lleno de colorido. El vasallo debía prestar el homenaje: se arrodillaba, con la cabeza descubierta y sin armas, y colocaba sus manos juntas entre las manos del señor. Luego decía: "Señor, yo seré vuestro hombre". Al homenaje seguía la fe, el juramento de fidelidad que se prestaba poniendo el vasallo sus manos sobre las Sagradas Escrituras o una reliquia. Luego seguía la investidura: el señor investía al vasallo del feudo y con este fin le entregaba un objeto simbólico, una rama o un terrón que representaba la tierra enfeudada.

Mediante el homenaje y la investidura se establecía un contrato que imponía obligaciones recíprocas.

El señor debía al vasallo protección y mantención. El vasallo debía ayuda y consejo. La ayuda más importante era el servicio militaro servicio de hueste: el vasallo debía presentarse con armadura y caballo y debía mantenerse con sus propios medios.

Como un señor poderoso tenía a muchos vasallos, el vasallaje le proporcionaba las fuerzas armadas necesarias para defender sus propiedades y las de sus vasallos y siervos. Con el tiempo, el servicio militar quedó reducido a cuarenta días al año. El vasallo debía prestar ayuda pecuniaria: para pagar el rescate del señor que había caído prisionero, para dotar de armadura al hijo primogénito del señor que era armado caballero, para el matrimonio de la mayor, y para la partida del señor a Tierra Santa. El servicio de consejo comprendía, ante todo, la asistencia al tribunal del señor.

Con el tiempo no sólo las tierras, sino también toda clase de funciones y derechos públicos fueron entregados en feudos. Los condes, que una vez habían sido funcionarios nombrados por el rey, se convirtieron en vasallos que ejercían las funciones públicas por derecho feudal. El rey feudal gozaba de un poder muy limitado. Sólo ejercía autoridad sobre sus dominios propios y los vasallos inmediatos, pero no tenía ningún poder directo sobre la gran masa de la población.

Cada señor gobernaba en sus dominios. Los grandes señores, los duques y condes, eran verdaderos reyes en sus dominios: mantenían sus propias fuerzas militares, administraban justicia, percibían impuestos y acuñaban monedas. Y también los vasallos inferiores ejercían funciones públicas que en el imperio romano habían sido desempeñadas por la administración imperial y que en el Estado moderno serían desempeñados por los organismos propios del Estado.

El régimen feudo-vasálico fue, pues, una organización del poder político que correspondió a las condiciones especiales de la Edad Media. El sistema feudal no pudo garantizar plena estabilidad política. Sin embargo, en tiempos de escaso desarrollo económico y técnico y de mucha violencia, ofreció ciertas condiciones de paz y justicia e inculcó a los hombres ciertos valores que conservan su sentido hasta la fecha: el sentido del honor, la virtud de la lealtad, el respeto por la dignidad de la persona, la estimación de la mujer, la fe en la palabra dada.

La Iglesia en el sistema feudal

La Iglesia recibió por donación o legado extensas tierras que estaban sujetas a las obligaciones feudales. Los obispos y abades, al mismo tiempo de ser ministros de la Iglesia, se convirtieron en vasallos de los reyés y en grandes señores.

Cuando moría un vasallo laico sin herederos, la administración del feudo volvía a manos del señor. En cambio, los feudos de la Iglesia no pertenecían a un obispo o abad en particular. Por eso, cuando moría un obispo, el contrato feudal no era alterado y la Iglesia conservaba la tierra. De esta manera, las posesiones de la Iglesia aumentaron cada vez más y finalmente la tercera parte de la propiedad agrícola en la Europa occidental y central perteneció a la Iglesia.

La sociedad feudal

La sociedad medieval se compuso de grupos sociales fijos, los estados o estamentos: nobleza, clero y población campesina.

La nobleza feudal estaba formada por el rey y los señores y sus vasallos.

Su estado era hereditario, o sea, era una nobleza de sangre. En tiempos de guerra casi permanente los mayores honores eran concedidos al hombre que manejaba la espada. La nobleza medieval fue fundamentalmente una nobleza guerrera. Según el derecho feudal cada persona sólo podía ser juzgada por alguien que fuese igual o superior. Por eso los nobles sólo podían ser juzgados por otros nobles, sus pares o iguales.

El clero cumplió, junto con sus funciones religiosas, con importantes funciones sociales y culturales. Los miembros del clero recibían una educación superior que los capacitaba para asumir la dirección de la sociedad. Si bien los miembros del alto clero provenían a menudo de la nobleza, la Iglesia estuvo siempre abierta a todos los grupos de la sociedad, de modo que también humildes campesinos tuvieron la posibilidad de ordenarse sacerdotes y ascender a los más altos cargos eclesiásticos.

En la base de la escala social se encontraba la población campesina, el tercer estado. Sólo unos pocos campesinos conservaron la libertad personal, en su mayor parte eran siervos que, por nacimiento y herencia, dependían de algún señor.

La villa, núcleo básico de la economía medieval

El régimen feudal constituía una organización del poder político que regulaba los derechos y deberes de los señores y los vasallos. Su base económica era la villa, organización del trabajo agrícola, de la vida de los campesinos y de las relaciones entre éstos y el señor de la villa.

La villa tuvo sus orígenes en las formas de explotación de los últimos tiempos del Imperio Romano y en las condiciones que se produjeron a raíz de las invasiones. Durante aquellos tiempos calamitosos muchos pequeños propietarios prefirieron entregar su tierra a algún propietario poderoso y convertirse en siervos de éste con el fin de recibir su protección.

El feudo de un gran señor podía comprender a cientos de villas, mientras que un feudo pequeño podía estar formado por una sola villa. La parte mas importante de la villa estaba formada por la casa señorial que muchas veces era un castillo fortificado. A su lado se elevaban los almacenes, talleres, establos, los hornos y los molinos.

Cerca del castillo estaban la capilla o iglesia, la casa del sacerdote y la aldea con sus angostas callejuelas y las modestas casas de los campesinos o villanos. Las tierras de la villa estaban divididas en dos partes: una parte, la tierra señorial o "reserva", era explotada directamente por el señor a quien correspondían todos los productos. El trabajo era ejercido por los siervos domésticos y por los villanos que estaban obligados a prestar servicios personales. La otra parte estaba dividida en lotes o "mansus" que eran concedidos a los villanos quienes los explotaban en beneficio propio a cambio de lo cual debían pagar un censo y prestar servicios personales.

El censo se pagaba en especies: granos, carnes, aves, huevos, miel, telas. Los siervos debían trabajar en las tierras del señor dos o tres días de la semana y debían aportar sus herramientas y su propia yunta de bueyes. Además estaban las praderas y los bosques comunes, sobre los cuales el señor se reservaba algunos privilegios, como el derecho de caza, pero que por lo demás podían ser aprovechados por todos los villanos para que pudieran llevar allá sus animales y sacar leña.

El señor de la villa ejercía sobre los villanos una autoridad patriarcal y una jurisdicción privada. El siervo de la gleba estaba, por nacimiento y herencia, ligado a la tierra. No podía abandonar la villa y trasladarse a otra parte. No podía casarse sin el permiso del señor. Si bien en teoría se encontraban acogidos a la protección y la justicia del rey, de hecho dependían casi totalmente del señor de la villa.

La villa trataba de ser autosuficiente, esto es, producía lo que necesitaba y consumía lo que producía. Los mismos villanos hacían el pan, preparaban la cerveza y el vino, hilaban, tejían confeccionaban sus sencillos muebles. El trabajo tenía el fin de sustentar a todos los habitantes de la villa, pero no servía al lucro.

Los instrumentos y las técnicas agrícolas eran primitivos: la guadaña, la echona, el molino de piedras, el arado de palo sin ruedas. No se practicaba una rotación de los cultivos. La mitad o la tercera parte de las tierras quedaba cada año en barbecho para que el suelo pudiera descansar. El rendimiento era muy bajo. Por cada grano que se sembraba sólo se cosechaban 4 ó 5 granos. La alimentación era muy poco variada. El pan era el alimento más importante. A veces se comía carne de ave o chancho. El ganado vacuno era escaso. Con la poca leche se hacía queso. Las bebidas más importantes eran la sidra, la cerveza y el vino.

Vida y cultura caballeresca

La vida del señor se desarrollaba principalmente en el castillo, que era habitación y fortaleza y símbolo de la vida noble. Al medio se elevaba la torre señorial con su atalaya. Los edificios y patios estaban rodeados por gruesos muros provistos de almenas y troneras y por un profundo foso. Para entrar al castillo había que bajar el puente levadizo y subir el pesado portón.

El castillo no ofrecía grandes comodidades y la vida transcurría tranquilamente. Las ventanas, sin vidrios eran pequeñas para poderlas tapar en el invierno. En invierno se prendía fuego para protegerse contra el frío. Pero las salas se llenaban de humo. Recién en el siglo XIV empezaron a construirse chimeneas.

Para las comidas las fuentes se ponían en la mesa. Cada uno se servía con los dedos o con una cuchara y cuchillo. No se conocía el tenedor. Los huesos eran arrojados a los perros que se colocaban detrás de su amo. Las camas estaban cubiertas por un baldaquino con pesadas cortinas para protegerse contra el frío.

El día empezaba con la misa. Luego el señor recorría el castillo, se preocupaba de sus caballos y perros y conversaba con su administrador. Las principales diversiones eran la caza y los ejercicios ecuestres y de armas. Con regocijo se recibía a los prestidigitadores, comediantes y músicos y, ante todo, a los trovadores que, en sus poesías y poemas, cantaban la dicha del amor y las épicas hazañas del rey Arturo y otros valientes caballeros.

La caballería. Originalmente el caballero fue simplemente el guerrero que luchaba a caballo. A medida que el combate a caballo se tornó cada vez más complicado, requiriendo de una preparación especial y de grandes medios económicos, los caballeros empezaron a erigirse en un verdadero estado y casi en una orden que constituía la realización máxima de los ideales que animaban a la nobleza medieval.

Por regla general, sólo el hijo de nobles podía llegar a ser caballero. Para serlo, debía someterse a un largo aprendizaje de las armas. Servía a un ilustre caballero como paje y escudero. A la edad de veintiún años era armado caballero en solemne ceremonia.

Máxima expresión de la vida caballeresca eran los torneos. Pomposas fiestas en que los caballeros, en presencia de las damas, medían sus fuerzas.

En la caballería medieval se armonizaron la ética heroica de los germanos y los principios de la moral cristiana. El caballero cristiano debía usar la espada en defensa de la religión y en protección de las viudas, los huérfanos y todos los pobres y desamparados.

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